lunes, 10 de marzo de 2014

Álex

Hoy hace un año, tres meses y nueve días que perdí a mi primer hijo, Álex.
Álex fue un niño buscado y muy deseado. Tuve un embarazo perfecto, sin náuseas, mareos, todas las pruebas bien, físicamente me encontraba genial, engordé poco, estaba feliz, entusiasmada, ansiosa... a la vez que con el miedo típico a lo desconocido y a la responsabilidad que conllevaba ser mamá. Y, una fatídica noche, un sábado 1 de diciembre, cuando faltaban dos días para la fecha probable de parto, me di cuenta de que Álex no se movía.

Comí chocolate, cambié de posición, hice todo lo que se me ocurría y desgraciadamente, seguía sin moverse. Muy asustada, se lo dije a mi marido y estuvimos un rato pensando qué hacer. Pensábamos que no sería nada. Él me tranquilizó bastante aunque, una parte de mi, no dejaba de temblar porque, tenía un mal presentimiento.  Creo que yo, en ese momento, ya sabía que Álex no estaba vivo pero era como si mi mente no lo aceptara, como si no me pudiera entrar en la cabeza que, a dos días de la semana 40, se pudiera morir mi bebé.

Fuimos a casa de unos amigos que tenían un aparatito para escuchar el latido del corazón. Serían ya las doce de la noche. Me lo puse y, costó mucho escuchar algo.  Después de varios intentos, oímos algo lejano que, dimos por hecho, que era su latido y nos fuimos a casa más tranquilos aunque yo no dormí casi nada esa noche tocándome la barriga en todo momento temiéndome lo peor porque mi hijo seguía sin moverse. Ahora sigo culpándome por no haber ido al hospital en ese mismo momento pues, si hubiera sido su latido que se iba apagando, quizás lo hubieran podido salvar. Por otra parte, pienso que él ya estaba muerto y lo que se escuchó fue el mío. No lo sé y nunca lo sabré. Siempre viviré con esa culpa. Con la impotencia de no haberme dado cuenta antes.

El domingo por la mañana ya no podía más. Estaba muy nerviosa. Llamamos a la matrona y fuimos al hospital. Me puso monitores y no se escuchaba nada. Me hizo una ecografía y ahí se vio. Todo en blanco y negro. No estaban el azul y rojo propios de los latidos del corazón.  Mi bebé estaba muerto.

Muerto, que palabra más potente. Nadie sabe lo que es hasta que le toca de cerca. Todo cayó a mis pies. Cada vez que lo pienso, se me pone un nudo en el estómago. Fue el peor momento de mi vida. Mi hijo muerto. No me lo podía creer. Nadie está preparado para que su bebé muera antes de nacer pero menos tras una gestación perfecta de nueve meses. Todo lo que había soñado acabó en ese mismo instante.

Ahí comenzó mi infierno sobre todo porque hacía tres meses que había perdido a mi padre inesperadamente. De pronto, sentí dos muertes: mi padre y mi hijo.

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